Amor y Amistad: ¿El cerebro o el corazón toman las riendas?

El amor puede ser engañoso: el cerebro, impulsado por químicos, toma decisiones afectivas impulsivas que a menudo conducen a relaciones dañinas.

La ciencia nos recuerda que detrás del sentimiento del amor se esconde un proceso complejo en el cerebro, una realidad que puede llevarnos a tomar decisiones afectivas impulsivas, a menudo basadas en patrones que terminan generando dolor. La ciencia del amor y sus mecanismos neurológicos juegan un papel fundamental en cómo experimentamos y construimos nuestras relaciones románticas. Entender este proceso es clave para evitar caer en trampas emocionales recurrentes y comprender por qué algunas personas se mantienen en relaciones tóxicas.

El cerebro en el amor

La investigación de la Universidad de San Buenaventura revela que en apenas 0,2 segundos se desencadena una reacción química capaz de acelerar el corazón, nublar el juicio y provocar decisiones afectivas impulsivas. Durante este proceso, tres áreas principales del cerebro se activan: el área tegmental ventral, relacionada con el placer y la motivación; el núcleo accumbens, que procesa la recompensa y la sensación de logro; y la amígdala cerebral, responsable de las emociones y el estado de alerta.

Estas regiones liberan un cóctel químico que determina nuestras sensaciones y comportamientos. La dopamina impulsa el placer y la motivación, la oxitocina y la vasopresina fomentan el apego y la confianza, mientras que la adrenalina eleva el ritmo cardíaco y la energía, creando una intensa montaña rusa emocional. Por su parte, la serotonina regula la obsesión y proporciona estabilidad en medio de esta intensidad.

Sesgos emocionales en el amor

Sin embargo, el reto surge cuando esta compleja orquesta química domina la situación. La corteza prefrontal, encargada de analizar riesgos y consecuencias, se muestra menos activa, lo que nos lleva a tomar decisiones impulsivas basadas en emociones, a menudo erradas.

Además, los sesgos emocionales, atajos mentales que pueden conducir a decisiones poco saludables, juegan un papel importante en nuestras relaciones amorosas. La idealización nos lleva a magnificar las virtudes y minimizar los defectos de la pareja; el apego refuerza el vínculo con lo conocido, aunque resulte nocivo, pues el cerebro prefiere la rutina antes que lo incierto; y el sesgo del tiempo invertido genera la sensación de no poder abandonar una relación debido al esfuerzo previo, aun cuando continuar sea emocionalmente costoso.

Amor consciente: hacia relaciones más sanas

En este contexto, es crucial desarrollar un amor consciente, una forma de amar que se basa en la reflexión, la comprensión y el análisis racional. La ciencia del amor nos ofrece herramientas para construir relaciones más sanas y libres de patrones destructivos.

Es importante dar tiempo y espacio a las emociones, reducir la velocidad en las decisiones y permitir que la razón tome el control. Formular preguntas a futuro, visualizar el vínculo en cinco años, facilita la distinción entre emoción y realidad. Revisar la coherencia entre sentimientos y vivencias ayuda a evitar idealizaciones, mientras que escuchar a terceros, personas externas al “cóctel químico” del enamoramiento, nos permite percibir detalles que nosotros mismos ignoramos.

Finalmente, observar nuestro cuerpo, prestar atención a la ansiedad, la taquicardia o las mariposas constantes, indica el dominio de la emoción. La calma y la seguridad caracterizan decisiones más equilibradas. Estos pasos simples pueden marcar la diferencia entre avanzar hacia historias tóxicas o construir relaciones más libres y conscientes.

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