Joseph Priestley: la vela, el ratón y el descubrimiento del oxígeno

Joseph Priestley, a través de experimentos con velas, ratones y plantas, descubrió que el aire no es uniforme y que las plantas mejoran su calidad mediante un proceso llamado fotosíntesis.

En el ámbito científico, los grandes avances no siempre se materializan en laboratorios ultramodernos o centros de investigación de vanguardia. A veces, como ocurrió hace más de dos siglos, los descubrimientos más trascendentales emergen en espacios modestos, rodeados de frascos y libros antiguos. Es precisamente en este contexto que un hombre con una sed insaciable de conocimiento, Joseph Priestley, se encontró cara a cara con uno de los secretos mejor guardados por la naturaleza: la verdadera esencia del aire.

La Historia de Un Descubrimiento Sin Precedentes

Joseph Priestley, nacido en 1733 en una Inglaterra marcada por el orden, la religión y la tradición, desafió las normas de su época. Este pensador excepcional, filósofo, teólogo, político y escritor, se adentró en el mundo de la ciencia casi por accidente. Sin formación académica formal en química ni membresía en academias prestigiosas, su laboratorio consistía en una simple mesa, un par de frascos y una inagotable curiosidad por comprender el mundo que le rodeaba.

En una era en la que se creía que el aire era una sustancia uniforme e inalterable, Priestley comenzó a sospechar que este poseía cualidades más complejas. La posibilidad de que el aire pudiera cambiar, enfermar o incluso curarse lo impulsó a formular nuevas preguntas y desafiar las ideas aceptadas sin reservas. Esta inquietud intelectual, combinada con su tenacidad para buscar respuestas, lo llevó a realizar uno de los descubrimientos más importantes de la historia.

Un Viaje Científico Con Emocionantes Descubrimientos

Todo comenzó con una simple pregunta: ¿Qué sucede cuando una vela se apaga dentro de un recipiente cerrado? Y otra, ¿por qué un ratón muere rápidamente si lo encerramos en ese mismo aire?

Utilizando campanas de vidrio, velas, ratones y bandejas de agua, Priestley descubrió que al arder la vela transformaba el aire. Era como si lo "agotase". Ese aire, una vez "gastado", ya no podía mantener viva la llama ni a los ratones con vida. Pero lo más sorprendente fue que, al colocar una planta –una simple hoja de menta– en ese mismo aire y dejarla varios días al sol, la situación cambiaba drásticamente. Al retirar la planta y volver a encender la vela, esta prendía nuevamente. Lo mismo sucedía con los ratones; si se colocaban en el aire que había estado en contacto con la planta, sobrevivían.

Joseph Priestley estaba asombrado. ¿Qué fenómeno ocurría dentro de aquellas campanas de vidrio? ¿Cuál de sus elementos y especímenes era responsable de estas extrañas evidencias?

Pronto, Priestley se dio cuenta de que la clave podría estar en lo invisible. Las plantas no solo podían sobrevivir perfectamente en el aire viciado, sino que parecían repararlo. Y no lo hacían por magia, sino a través de un proceso misterioso que requería tiempo y luz solar. Sin saberlo, Priestley estaba observando por primera vez la fotosíntesis: el mecanismo mediante el cual las plantas capturan el dióxido de carbono y liberan el gas que hace posible la vida... el oxígeno.

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