El castillo de la pureza: la impactante historia real que inspiró a México en los 50
Una película impactante dirigida por Arturo Ripstein, basada en el caso real de una familia mexicana encerrada por 17 años.
El "Castillo de la pureza" nos sumerge en una historia desgarradora que sacudió a México en la década de 1950. Dirigida por Arturo Ripstein, la película revela un caso real que dejó atónita a toda una nación. Rafael Pérez Hernández, el padre de la familia, desencadenó una trama macabra que mantuvo a su esposa e hijos aislados del mundo exterior durante 17 largos años, en un intento retorcido de protegerlos de la supuesta corrupción del exterior.
El aislamiento y la oscuridad en "El Castillo de la pureza"
En el mundo mucho más conservador de la década de 1950, la figura del padre como sustento y la madre abocada al cuidado de los hijos y el hogar era la norma. Bajo esta premisa, la familia Pérez Noé vivía en un aislamiento extremo, encerrados en una realidad perturbadora creada por Pérez Hernández, un químico de Encarnación de Díaz, en Jalisco, obsesionado con la pureza y alejado por completo de la compasión.
La residencia de la familia, ubicada en la esquina de Insurgentes Norte y la calle de Godard, en la colonia Vallejo, fue testigo de horrores inimaginables. Rafael Pérez Hernández se encargaba de fabricar veneno para ratas en su propio hogar, empleando para ello a su esposa e hijos, quienes desde temprana edad desconocían por completo el mundo exterior. Esta situación, digna de una pesadilla, se extendió durante décadas, tejiendo una red de sufrimiento y manipulación que parecía no tener fin.
El químico y su retorcida visión del mundo
Rafael Pérez Hernández, conocido por sus ideas excéntricas, había sufrido la amputación de un brazo tras caer de un tren en el que viajaba como polizón. Este incidente marcó su vida, infundiéndole un profundo rencor hacia la sociedad. Después de un primer matrimonio del que se había divorciado, conoció a Sonia María Rosa Noé, de diecisiete años, con quien formó una nueva familia y se trasladó a la Ciudad de México en busca, irónicamente, de una vida mejor.
Alejados por completo de sus familiares y del mundo exterior, la pareja se instaló en una vieja casona, reconocida como "la casa de los macetones" por las imponentes macetas que adornaban su fachada. La extrema manipulación de Pérez Hernández se hizo evidente con el nacimiento de sus hijos, a quienes impuso nombres tan inusuales como Indómita, Libre, Soberano, Triunfador, Bienvivir y Libre Pensamiento. Estos pequeños seres, lejos de experimentar el afecto y cuidado propios de la infancia, fueron obligados a participar en las actividades siniestras de su padre, viendo incluso morir a dos de sus hermanos a causa de los venenos fabricados en el hogar.
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